jueves, 20 de agosto de 2009

Hola Gente!
Inauguramos esta sección después de mucho tiempo de inactividad (2 años, qué lo parió!). Arrancamos con un texto mío escrito en el 2003, a treinta años del "mayo argento". La historia es real y el protagonista es el que firma. Que lo disfruten!

Pini

¿QUÉ FUE DEL HOMBRE NUEVO?


Era otoño en Rosario y ya estaba fresquito en aquel 1973 cuando con mis apenas estrenados trece años miraba con curiosidad cómo un compañero soldaba con autógena la puerta de mi colegio, después de haber hecho retirar a las autoridades.

-¿Qué vamos a hacer? – le pregunté al enmascarado soldador.
-Vamos a tomar el colegio- me contestó sin abandonar la tarea.
-¿Para qué? – insistí.
-Esto no da para más, hay que cambiar las cosas- dijo con una pausa. Y levantándose la careta de vidrios azules agregó:
-Porque estamos pariendo al hombre nuevo, compañero-

Lo decía un gigante barbudo de veteranísimos dieciocho años y para mí era suficiente. Así se lograba la primera toma escolar que en menos de quince días terminaría con la mayoría de las escuelas argentinas tomadas. En el interior todo era una fiesta. Se utilizaba el Ucoa de los actos para amplificar a una improvisada banda que, dentro de las trampas que suele hacerme la memoria, creo que interpretaba a Violeta Parra. Nunca supe por qué pero para mí el Hombre Nuevo era un tipo de mameluco reluciente, martillo en mano, que me miraba de frente como en los afiches de la propaganda socialista.
Después de un par de horas escuchamos las frenadas de los patrulleros en la calle y los culatazos en la puerta de entrada que intentaban abrirla, pero el barbudo había hecho bien su trabajo.

-¡A la terraza!- retumbó el grito desde los altavoces del patio.

Mi escuela era una ENET, una evolución de lo que Perón había fundado como Escuelas de Artes y Oficios, de modo que el techo era el depósito de chatarra y nuestra Santa Bárbara para el combate. Los capots y los techos de los Jeeps IKA de la policía se deformaban bajo el impacto de enormes trozos de hierro que llovían sobre la calle Buenos Aires. Fue entonces cuando vi a un gordo uniformado levantando su Itaka y apuntándonos. Por un instante mi ojo y el suyo estuvieron a cada lado de la mira. Se me heló la sangre. Pero el gordo bajó el arma, como dándose cuenta que se trataba de chicos, y eso era un límite en esa época. Haría falta mucha escuela de Panamá y mucha doctrina de seguridad nacional para que esos mismos hombres se atrevieran a protagonizar la masacre de la Noche de los Lápices. En ese otoño optaron por irse con sus malogrados patrulleros del comando radioeléctrico. El festejo fue interminable, habíamos derrotado a lo peor del hombre viejo.

Más tarde, recibimos el llamado del Normal 3 avisando que había un grupo armado tratando de coparles el colegio. Allá fuimos, con nuestros letales rulemanes y gomeras improvisadas. Encontramos al Normal rodeado por “Ponchos Rojos” que en lugar de palos y cadenas empuñaban un 38 largo cada uno. Los más “viejos” de los nuestros abrieron una instancia parlamentaria y, después de una acalorada discusión, los Ponchos se agruparon para irse. Fue como festejar un gol en el clásico, los que querían ser el Hombre Nuevo pero no nos gustaban se marchaban derrotados. En realidad no querían adjudicarse un infanticidio, pero nosotros no lo sabíamos.
La fiesta era imparable, nos reuníamos con los compañeros que iban tomando una a una todas las escuelas. El Hombre Nuevo se iba convirtiendo en una realidad y yo todavía no me enteraba de quién era.
Después Ezeiza, el Tío que renunciaba para concretar el sueño dormido durante dieciocho años y el General llamando “mocosos imberbes” a esos gigantes barbudos que nos habían llevado a la victoria “tantas veces”. Y la viuda. Y su brujo.
Mi imagen ya empezaba a mostrar manchas en su mameluco. De tizne al principio, de sangre después.
Se había puesto el sol del 25, y yo había visto nacer y morir al Hombre Nuevo sin haber siquiera tomado un mate con él. Todo lo que olía a nuevo fue arrasado. Aunque tuviera quince años. Aunque estuviera embarazada.

Tiempo más tarde me di cuenta de que lo habían matado antes de nacer.




Pini Raffaele
Otoño de 2003

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Muy buen texto! Como te dije alguna vez. Y el título en forma de pregunta lo actualiza muchísimo. Felicitaciones!!
Sandra