jueves, 26 de noviembre de 2009

QUE LO PARIO...

Hoy es el cumple del Negro Fontanarrosa. Va el texto que escribí el día de su muerte

Qué lo parió!
Pini Raffaele


En Rosario uno puede ser albañil, abogado, médico, chorro (choro se dice en rosarino), prostituta, maestro, gay… pero, o sos canaya o sos leproso. No reconocer alguna de estas pertenencias equivaldría a ser una especie de suizo, o monegasco. Hay por supuesto quienes no se interesan demasiado por el fútbol, pero de alguno de los dos son. Si alguien dice mientras camina por la peatonal “soy de Boca” inmediatamente se le pregunta en qué barrio de Buenos Aires vive. Porque rosarino no es.
Más allá de los energúmenos que van a matarse a palos en cada clásico, canayas y leprosos conviven pacíficamente en la ciudad, sabiendo que no son iguales. Cuando una figura popular manifiesta su simpatía por alguna de las parcialidades, inmediatamente pierde el favor de la otra. Con una sola gran excepción: el Negro Fontanarrosa. Me arriesgo a decir que a todos los argentinos se nos estrujó el corazón el 19 de julio del año pasado cuando circuló la noticia de su muerte, pero sólo un rosarino pudo entender lo que significaba ese pibito con la camiseta de Newel´s y el gorrito entre las manos viendo pasar el cortejo fúnebre. Para el Negro eso debe haber resultado más valioso que el Cervantes de literatura.
Es difícil hablar de él después que lo han hecho Serrat, Sabina, Lanata. Cómo describir mejor el sentimiento después de ese Mendieta mirando al cielo que publicó Daniel Paz en la portada de Página 12?
Siempre se ha dicho (y mucho más después de su muerte) que no tuvo el reconocimiento académico que se merecía. Pero yo creo que era porque el mismo lo esquivaba. Se manifestaba de una manera tan políticamente incorrecta que boicoteaba toda posibilidad de inscribirlo en el canon. Cuando la mayor institución de la lengua española lo invita y lo sienta al lado del Rey para inaugurar su evento más importante, el tipo se pone a filosofar sobre la importancia de la letra R en la pronunciación de la palabra “mierda”. Está clarísimo! No quería que los muchachos de Arroyito lo vieran juntándose con los del Jockey Club. Declaró ser un precursor de la deserción escolar y cuando la Universidad de Córdoba le otorgó un Doctorado Honoris Causa dijo “-Esto demuestra lo mal que anda la educación en Argentina”. Y fue con esa actitud con la que nos robó el corazón a todos. Representando nuestras grandezas y miserias dichas por Inodoro Pereyra y meditadas por el entrañable Mendieta. Hasta logró que sintiéramos pena por la soledad irremediable del cruel Boogie y en el final nos regaló esa maravilla que son sus cuentos interpretados por nuestros mejores artistas.
Hay una propuesta circulando por Internet para cambiar el anodino 20 de julio por el 19 para festejar el día del amigo. Un Leproso hasta los huesos como el que escribe estas líneas vota a favor de festejar ese día en honor a ese gran amigo Canaya.

Nota: En Rosario nadie llamaría canalla a un Canaya. Qué lo parió!
Pini Raffaele

sábado, 12 de septiembre de 2009

Ramón, el negrito

-¡Tiene novio, tiene novio!
-¡Y es el negrito, y es el negrito!

Los ojos de Graciela, enfurecida pero quieta, enrojecían ante la mirada culposa de Ramón, el negrito, el hijo del policía. El le podría decir a su papá que los castigue, que los asuste, pero sabía que eso solo empeoraría las cosas. Sólo la tenía a ella.

-Idiotas- murmuraba Graciela mientras sus rulos rubios, como los dibujos del manual de quinto subían y bajaban acompañando esos ojos azules, esa nariz que casi no era.

-¿Venís a hacer la tarea a casa?- le preguntó a Ramón pero para que escuchen los demás. No hacía falta responder, los dos sabían que sí.

-¿Y tu papá?- preguntó Ramón mientras dejaba el portafolios en el elegante sillón.
-En la empresa, supongo.- contestó ella mientras se desarmaba el moño del impecable guardapolvo.
-¿Y tu mamá?
-Ni idea… en el club, con las amigas… qué se yo. Vamos a tomar la leche. ¡Isabel, ya llegamos, vine con Ramón!- y Ramón no cabía en sí del orgullo porque lo nombrara de esa manera.
-Acá está, café con leche y tostadas- decía siempre Isabel dejando la bandejita sobre la mesa del living. Isabel, esa mujer con uniforme, tan parecida a su mamá y tan distinta al mismo tiempo.
-Dale Ramón, comé que después vamos a escuchar a los Beatles- Graciela era la única que tenía todos los discos de los Beatles en la escuela. Ni el hijo del abogado los tenía a todos, le faltaban los importados.

¡Cómo amaba Ramón esa casa!

She loves you, yeah yeah yeah… y Ramón sentía que el paraíso bailaba frente a él.
-Dale tonto, bailá- y se reía como las gaviotas. Ramón, sentado en la alfombra también reía, pero no bailaba.



En 1977, cuando Ramón cumplía los veinticinco, seguía pensando que nunca había amado tanto a alguien como a aquella chica a la que la vida la había llevado tan lejos de él. Tanto que nunca volvió a saber de ella.

Ese mismo día, el de su cumpleaños, estaba de guardia en la sexta.

-Che Aguilera, ahí trajeron gente. ¿Los vas a ver?
-No, prepárenlos ustedes.
-Mirá que hay una mina que está re fuerte.
-Bueno prepárenlos y después los veo. ¿Qué te reís pelotudo? ¿Te querés comer un arresto?
-¡Como usted ordene, mi sargento!- le respondió el otro suboficial exagerando el saludo.

El cuerpo desnudo atado a la parrilla parecía tener luz propia. El sargento Ramón Aguilera se acercó visiblemente perturbado y se quedó un largo tiempo observándolo.

Era realmente perfecto.

Se escuchó una risita desde la oscuridad que Aguilera silenció con sólo echar una mirada y volvió a concentrarse en el cuerpo que temblaba como una hoja. Estaba tentado de quitarle la capucha pero sabía que estaba absolutamente prohibido. Metió su mano por debajo del sucio trapo que cubría la cabeza de la muchacha y estiró un mechón hasta que se hizo visible debajo de la luz mortecina. El dorado era increíble. Volvió a meter la mano y notó que estaba amordazada y que además tenía una venda que le cubría los ojos. Entonces se atrevió a deslizar el borde del trapo hacia arriba.
-Señor…
-¡Cállese la boca!
-Si señor.

Aguilera sintió que se le aflojaban las piernas. Esa nariz, esas pecas, ese pelo a pesar de estar todo pegoteado de sangre.

-¿Cómo cayeron?
-No sabemos nada, señor
-¿Y para qué carajos me los mandaron?
-Ablande, señor.
-Ablande… ¿Nombres?
-No sabemos, señor
-Ablanden a éstos. A ésta le sacan el nombre y me lo comunican de inmediato.
-Si señor

A la mañana siguiente y, pese a haber estado de guardia, el sargento Ramón Aguilera llegó muy temprano, con ese gesto inconfundible que denotaba el insomnio y que sus subordinados tanto temían.

-Buenos días, mi sargento.
-¿Novedades?
-Ninguna señor.
- ¿Cómo ninguna? ¿Qué pasó con los trasladados de anoche?
-Disculpe señor, pensé que no había que incluirlo en las novedades.
-¡Eso es en el parte escrito imbécil!
-Disculpe señor. Hubo una sola novedad. El femenino no resistió el interrogatorio.
-¿Cómo? ¡Si sólo tenían que sacarle el nombre!
-El Tigre dijo que no hubo forma señor, y eso que probó de todo.
-¿Qué hicieron con el cuerpo?
-Lo de siempre, señor.
-¿Informaron?
-Si señor, el Tigre.
-Retírese.
-Si señor. Permiso.

Aguilera encendió un cigarrillo y abolló el paquete vacío. El tercero en veinticuatro horas. Pero ni siquiera eso le pudo quitar el sabor a café con leche y tostadas que tenía desde anoche.

jueves, 3 de septiembre de 2009

OBSESIÓN Nº5

Algunas mujeres te cruzan por la calle y su olor importado te llega un segundo después, como un homenaje, suponiendo que el cruce con vos estuviese planificado. Esa muchacha ha invertido mucho, sólo para regalarlo a quienes pasan a su lado.
Será por nuestra locura, o nuestro ego, lo cierto es que la naturaleza huele mal, parece “Sentite limpia/o y fresca/o” significa: no huelas a vos misma, o a vos mismo en el caso nuestro, cuando usamos desodorante. Mi mayor acto de rebeldía en esta lid, es usar uno neutro, sin perfume. Parece que puede más Calvin Klein que las feromonas.
Pero a mí me gustan las que huelen de cerca. Tengo como una especie de predilección por la miopía olfativa. Puedo estar con una mujer a cierta distancia y no olvidar su perfume; pero habrá sido eso: cierta distancia.
Es sabido que el clima húmedo favorece la emanación y propagación de los aromas, pero por suerte yo vivo en una de las regiones más secas del mundo y eso propicia mi predilección. Porque si la tentación a indagar en una fragancia implica cercanía, que implique humedad debería figurar entre los pecados capitales.
Los expertos perfumistas tienen como dogma que no existen perfumes sino combinaciones de notas sobre la piel de cada mujer. Ningún Chanel Nº5 volvió a oler como aquel camisón de dos gotas de la Monroe. Del mismo modo, las maneras de humedecer que tiene un hombre no resultan independientes de las pieles o las oquedades que fertilizan.
No voy a discutir el placer de encontrarse con una antigua nota de Amarigge cuando uno viene en caída libre desde un ombligo, pero el secreto eso es ese, que sea antigua.
Quienes vivimos en la zona árida de Patagonia, sabemos que se puede estar sentado en el interior de una mata de lavanda florecida, sin que la nariz perciba algo diferente a la sequedad del viento. Una vez más, la vida la pone el agua. Basta una rociada a esa montoncito lila para que nos envuelva una de las fragancias silvestres más encantadoras.
De ese modo me gusta oler.
Ernest Meaux desarrolló para Gabrielle el Chanel nº5 y bastó que Marilyn lo mencionara como su único atuendo a la hora de dormir para que adquiriera rango de leyenda, otro encantador descuido de la rubia que otra blonda (Nicole Kidman) convertiría en 3,71 millones de dólares con un spot publicitario donde dice lo mismo. Pero muy pocas personas supieron cómo olía aquel Monroe Nº 5.
Las dos humedades más importantes que tiene un hombre, son los catalizadores ideales para saber de qué fragancia está hecha una mujer. Y lo maravilloso de esto es que se da, si y solo si, se combina con la piel y las humedades esenciales de ESA mujer.
Como ironía del destino, el apellido del creador del perfume más famoso de la historia no huele a notas e invoca cierta humedad masculina, que claro está, nada tiene que ver con el tema que nos convoca.

jueves, 27 de agosto de 2009

Gerda durmiendo


¿Cómo saber que aquella era la última noche, en un tiempo donde todas las noches eran últimas?
Robert no podía dormir.
No dejaba de pensar que Gerda partiría esa madrugada en un convoy hacia Brunete, el sitio más hostigado por las tropas franquistas y donde los republicanos resistían a duras penas. A pesar del verano, la noche de París se había puesto fría y Robert se había echado el capote sobre el cuerpo desnudo. Sentado en el desvencijado sillón, miraba dormir a Gerda que se había puesto su pijama y le quedaba enorme.

Gerda tan pequeña, tan bella.

Gerda que nació como Gerta pero ser judío en la Europa de Hitler era casi un certificado de defunción. Pero la fotógrafa, la “pequeña rubia”, como la llamaban los camaradas de la Brigada Internacional Fotográfica, no sueña con la guerra. Su boca dibuja una media sonrisa y su cuerpo se hamaca suavemente. ¿Con qué sueña Gerda? Robert se levanta sin hacer ruido y saca la Leica del bolso. El sol que comienza a filtrarse por la claraboya del altillo donde se esconden de los SS genera un aura alrededor del cuerpo de Gerda. Calcula la luz sin necesidad de usar el fotómetro. Su ojo es un fotómetro. La encuadra a contraluz y, a pesar de lo silencioso del disparo de la Leica, Gerda abre los ojos, lo ve con la cámara cubriéndole el rostro y le arroja la almohada. Robert aparta la cámara y la alza con un solo movimiento de su brazo derecho colgándola en su hombro. La rubia cabellera de ella se bambolea mientras los dos se ríen, se besan, se quitan el capote, se quitan el pijama. Ya no importa que ella es una judía alemana y que el es un judío húngaro. Ambos han creado al reportero gráfico más importante del siglo XX que se llamó Robert Capa, para poder vender sus fotos a los grandes medios norteamericanos.

Gerda, que es Gerda Taro, partirá esa mañana hacia Brunete de donde no volverá.

Robert, que es quien se queda con el apellido de Capa, no se repondrá jamás de la muerte de Gerda y pisará una absurda mina antipersonal en Indochina antes de cumplir los cuarenta años.
En noviembre de 2007, en la ciudad de México aparecerán ciento veinte rollos inéditos de Robert Capa. Nadie sabe exactamente de quién es cada foto porque solían compartir la misma Leica. Sin embargo hay una sola foto cuya autoría es indudable. La de Gerda durmiendo con el pijama de Robert, una mañana de julio de 1937 en París, cuando tenía veintisiete años.

Pini Raffaele,
primavera 2008

jueves, 20 de agosto de 2009

Hola Gente!
Inauguramos esta sección después de mucho tiempo de inactividad (2 años, qué lo parió!). Arrancamos con un texto mío escrito en el 2003, a treinta años del "mayo argento". La historia es real y el protagonista es el que firma. Que lo disfruten!

Pini

¿QUÉ FUE DEL HOMBRE NUEVO?


Era otoño en Rosario y ya estaba fresquito en aquel 1973 cuando con mis apenas estrenados trece años miraba con curiosidad cómo un compañero soldaba con autógena la puerta de mi colegio, después de haber hecho retirar a las autoridades.

-¿Qué vamos a hacer? – le pregunté al enmascarado soldador.
-Vamos a tomar el colegio- me contestó sin abandonar la tarea.
-¿Para qué? – insistí.
-Esto no da para más, hay que cambiar las cosas- dijo con una pausa. Y levantándose la careta de vidrios azules agregó:
-Porque estamos pariendo al hombre nuevo, compañero-

Lo decía un gigante barbudo de veteranísimos dieciocho años y para mí era suficiente. Así se lograba la primera toma escolar que en menos de quince días terminaría con la mayoría de las escuelas argentinas tomadas. En el interior todo era una fiesta. Se utilizaba el Ucoa de los actos para amplificar a una improvisada banda que, dentro de las trampas que suele hacerme la memoria, creo que interpretaba a Violeta Parra. Nunca supe por qué pero para mí el Hombre Nuevo era un tipo de mameluco reluciente, martillo en mano, que me miraba de frente como en los afiches de la propaganda socialista.
Después de un par de horas escuchamos las frenadas de los patrulleros en la calle y los culatazos en la puerta de entrada que intentaban abrirla, pero el barbudo había hecho bien su trabajo.

-¡A la terraza!- retumbó el grito desde los altavoces del patio.

Mi escuela era una ENET, una evolución de lo que Perón había fundado como Escuelas de Artes y Oficios, de modo que el techo era el depósito de chatarra y nuestra Santa Bárbara para el combate. Los capots y los techos de los Jeeps IKA de la policía se deformaban bajo el impacto de enormes trozos de hierro que llovían sobre la calle Buenos Aires. Fue entonces cuando vi a un gordo uniformado levantando su Itaka y apuntándonos. Por un instante mi ojo y el suyo estuvieron a cada lado de la mira. Se me heló la sangre. Pero el gordo bajó el arma, como dándose cuenta que se trataba de chicos, y eso era un límite en esa época. Haría falta mucha escuela de Panamá y mucha doctrina de seguridad nacional para que esos mismos hombres se atrevieran a protagonizar la masacre de la Noche de los Lápices. En ese otoño optaron por irse con sus malogrados patrulleros del comando radioeléctrico. El festejo fue interminable, habíamos derrotado a lo peor del hombre viejo.

Más tarde, recibimos el llamado del Normal 3 avisando que había un grupo armado tratando de coparles el colegio. Allá fuimos, con nuestros letales rulemanes y gomeras improvisadas. Encontramos al Normal rodeado por “Ponchos Rojos” que en lugar de palos y cadenas empuñaban un 38 largo cada uno. Los más “viejos” de los nuestros abrieron una instancia parlamentaria y, después de una acalorada discusión, los Ponchos se agruparon para irse. Fue como festejar un gol en el clásico, los que querían ser el Hombre Nuevo pero no nos gustaban se marchaban derrotados. En realidad no querían adjudicarse un infanticidio, pero nosotros no lo sabíamos.
La fiesta era imparable, nos reuníamos con los compañeros que iban tomando una a una todas las escuelas. El Hombre Nuevo se iba convirtiendo en una realidad y yo todavía no me enteraba de quién era.
Después Ezeiza, el Tío que renunciaba para concretar el sueño dormido durante dieciocho años y el General llamando “mocosos imberbes” a esos gigantes barbudos que nos habían llevado a la victoria “tantas veces”. Y la viuda. Y su brujo.
Mi imagen ya empezaba a mostrar manchas en su mameluco. De tizne al principio, de sangre después.
Se había puesto el sol del 25, y yo había visto nacer y morir al Hombre Nuevo sin haber siquiera tomado un mate con él. Todo lo que olía a nuevo fue arrasado. Aunque tuviera quince años. Aunque estuviera embarazada.

Tiempo más tarde me di cuenta de que lo habían matado antes de nacer.




Pini Raffaele
Otoño de 2003

sábado, 4 de agosto de 2007

Muestra 25 Años

Hasta el 11 de agosto está abierta la muestra que "conmemora" mis 25 años en Comodoro. Se puede ver en el Centro Teatro (San Martín entre Chacabuco y Francia) de 12 a 20 hs. A la derecha se pueden ver algunas de las fotos. Saludos.

Pini

sábado, 23 de junio de 2007

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Pini