sábado, 12 de septiembre de 2009

Ramón, el negrito

-¡Tiene novio, tiene novio!
-¡Y es el negrito, y es el negrito!

Los ojos de Graciela, enfurecida pero quieta, enrojecían ante la mirada culposa de Ramón, el negrito, el hijo del policía. El le podría decir a su papá que los castigue, que los asuste, pero sabía que eso solo empeoraría las cosas. Sólo la tenía a ella.

-Idiotas- murmuraba Graciela mientras sus rulos rubios, como los dibujos del manual de quinto subían y bajaban acompañando esos ojos azules, esa nariz que casi no era.

-¿Venís a hacer la tarea a casa?- le preguntó a Ramón pero para que escuchen los demás. No hacía falta responder, los dos sabían que sí.

-¿Y tu papá?- preguntó Ramón mientras dejaba el portafolios en el elegante sillón.
-En la empresa, supongo.- contestó ella mientras se desarmaba el moño del impecable guardapolvo.
-¿Y tu mamá?
-Ni idea… en el club, con las amigas… qué se yo. Vamos a tomar la leche. ¡Isabel, ya llegamos, vine con Ramón!- y Ramón no cabía en sí del orgullo porque lo nombrara de esa manera.
-Acá está, café con leche y tostadas- decía siempre Isabel dejando la bandejita sobre la mesa del living. Isabel, esa mujer con uniforme, tan parecida a su mamá y tan distinta al mismo tiempo.
-Dale Ramón, comé que después vamos a escuchar a los Beatles- Graciela era la única que tenía todos los discos de los Beatles en la escuela. Ni el hijo del abogado los tenía a todos, le faltaban los importados.

¡Cómo amaba Ramón esa casa!

She loves you, yeah yeah yeah… y Ramón sentía que el paraíso bailaba frente a él.
-Dale tonto, bailá- y se reía como las gaviotas. Ramón, sentado en la alfombra también reía, pero no bailaba.



En 1977, cuando Ramón cumplía los veinticinco, seguía pensando que nunca había amado tanto a alguien como a aquella chica a la que la vida la había llevado tan lejos de él. Tanto que nunca volvió a saber de ella.

Ese mismo día, el de su cumpleaños, estaba de guardia en la sexta.

-Che Aguilera, ahí trajeron gente. ¿Los vas a ver?
-No, prepárenlos ustedes.
-Mirá que hay una mina que está re fuerte.
-Bueno prepárenlos y después los veo. ¿Qué te reís pelotudo? ¿Te querés comer un arresto?
-¡Como usted ordene, mi sargento!- le respondió el otro suboficial exagerando el saludo.

El cuerpo desnudo atado a la parrilla parecía tener luz propia. El sargento Ramón Aguilera se acercó visiblemente perturbado y se quedó un largo tiempo observándolo.

Era realmente perfecto.

Se escuchó una risita desde la oscuridad que Aguilera silenció con sólo echar una mirada y volvió a concentrarse en el cuerpo que temblaba como una hoja. Estaba tentado de quitarle la capucha pero sabía que estaba absolutamente prohibido. Metió su mano por debajo del sucio trapo que cubría la cabeza de la muchacha y estiró un mechón hasta que se hizo visible debajo de la luz mortecina. El dorado era increíble. Volvió a meter la mano y notó que estaba amordazada y que además tenía una venda que le cubría los ojos. Entonces se atrevió a deslizar el borde del trapo hacia arriba.
-Señor…
-¡Cállese la boca!
-Si señor.

Aguilera sintió que se le aflojaban las piernas. Esa nariz, esas pecas, ese pelo a pesar de estar todo pegoteado de sangre.

-¿Cómo cayeron?
-No sabemos nada, señor
-¿Y para qué carajos me los mandaron?
-Ablande, señor.
-Ablande… ¿Nombres?
-No sabemos, señor
-Ablanden a éstos. A ésta le sacan el nombre y me lo comunican de inmediato.
-Si señor

A la mañana siguiente y, pese a haber estado de guardia, el sargento Ramón Aguilera llegó muy temprano, con ese gesto inconfundible que denotaba el insomnio y que sus subordinados tanto temían.

-Buenos días, mi sargento.
-¿Novedades?
-Ninguna señor.
- ¿Cómo ninguna? ¿Qué pasó con los trasladados de anoche?
-Disculpe señor, pensé que no había que incluirlo en las novedades.
-¡Eso es en el parte escrito imbécil!
-Disculpe señor. Hubo una sola novedad. El femenino no resistió el interrogatorio.
-¿Cómo? ¡Si sólo tenían que sacarle el nombre!
-El Tigre dijo que no hubo forma señor, y eso que probó de todo.
-¿Qué hicieron con el cuerpo?
-Lo de siempre, señor.
-¿Informaron?
-Si señor, el Tigre.
-Retírese.
-Si señor. Permiso.

Aguilera encendió un cigarrillo y abolló el paquete vacío. El tercero en veinticuatro horas. Pero ni siquiera eso le pudo quitar el sabor a café con leche y tostadas que tenía desde anoche.